miércoles, 27 de abril de 2011

MARTINA



“Hablar es un acto de amor  hacia uno mismo”
Emilio Carballido.



A los doce años ya odiaba al mundo. Su corto camino le había mostrado los inconvenientes de relacionarse con personas. -Las conversaciones encierran tiempo sin tiempo-, se repetía. Para ella, descubrirse era un acto de confianza y charlar resultaba una actividad peligrosa.

Esperaba mucho de los otros, que también; en ratos de silencio, adolecen por convivencia.

Habló en idioma antiguo, indescifrable. Su impotencia al no darse a entender, la  llevó a interminables momentos de reserva. Pedazos de frases que permiten expresar cansancio, alegría, asco, súplica o deseo,  se perdieron  en las imágenes distorsionadas de su mente, que, como alambre de púas enreda y rasga todo lo que toca.

- La omisión a veces es acto de pecado. -

Ahora mujer, encripta  voz y cierra oídos a las exigencias de cualquiera; a las justificaciones de quien no da momentos  verdaderos, juicios sin conocimiento, a los comentarios ligeros de cómo debiera comportarse.

Contenida, abraza los sonidos, le arde la voz deseosa de canto, pero desvanece las ganas; su cuerpo no resistiría una opinión más, otro diálogo que  la lleve a discusiones  sangrientas, palabras-daga sin fin y que  matan las de Eustáquio y con ellas la calma.

Llegó hace unos meses al edificio. Los vecinos le llaman Martina; ausente, con  realidad  distante. -Sordomuda dicen-,  pero Doña Mari, la viejecita de junto, asegura que la escucha hablar con el perro en el patio trasero.




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